Conecta cada actividad en el aula no sólo con conocimientos previos, sino también con intereses
y vivencias propias. De esta manera, los alumnos pueden ver que eres una persona como ellas y
ellos y que comparten sentimientos y emociones.
Observar las emociones propias y las de los demás nos permite favorecer la consciencia y la
comunicación. Establecer pláticas donde se muestre que todos tenemos emociones positivas y
negativas permite que poco a poco niñas y niños se reconozcan y entre todos busquen formas para
adaptarse a la realidad.
Prepara espacios abiertos, con sillas o cojines, donde las niñas y niños se puedan sentar
cómodamente. Invítalos a hablar de temas que les importen y afecten para que entre todos los
traten mientras se ven unos a los otros.
Hablando de emociones es tan importante la comunicación verbal como la no verbal. Busca que
tanto las palabras como el lenguaje corporal sea positivo. Gestos, tono de voz, contacto visual
y físico con las niñas y niños son esenciales para acercarse de un modo seguro, cálido y
respetuoso a ellas y ellos.
Trata de escuchar. La escucha es el pilar de una comunicación de “corazón a corazón”. En
ocasiones, hacemos juicios a partir de nuestros prejuicios, falsas creencias o ideas
preconcebidas, lo que nos lleva a obtener resultados negativos.
Reconoce los logros de niñas y niños de manera efusiva y clara, sin caer en exageraciones o
posturas falsas. Comenta ante el grupo lo que cada uno ha aprendido y hecho correctamente. Si no
se ha cumplido como se esperaba, no los exhibas y dales una nueva oportunidad explicando lo que
se espera.
Promueve que niñas y niños busquen soluciones y respuestas a los conflictos que se presenten. En
vez de que tú los resuelvas o juzgues como bueno o malo, ganar o perder, involúcralos en la
solución.
Antes de corregirlos, reconoce sus esfuerzos y los aspectos positivos que han hecho. Valora el
trabajo de cada uno y retroaliméntalos para que sientan que su esfuerzo no fue en vano.
Cualquier estrategia que implementes en el salón de clases debe ponerse en práctica en los
momentos de tranquilidad para que cuando surja una situación difícil, las niñas y niños ya las
conozcan y les ayuden a encontrar el equilibrio emocional.
Una alternativa es el uso del Frasco de la calma. En un frasco de plástico coloca diamantina,
pegamento blanco, colorante y agua. Pide a los alumnos que lo agiten y después vean cómo se va
asentando la diamantina. Es una manera de canalizar sus emociones negativas, al mismo tiempo que
estimulas la concentración y atención selectiva.
Puedes usar el Emociómetro que se encuentra en el hipervínculo de materiales para educadores y
educadoras. Allí encontrarás las instrucciones para hacerlo.
Todos los días, pide a cada niña y niño que al entrar al salón muevan la manecilla para indicar
cómo se sienten. También pueden moverla a medida que transcurre la jornada. Cuando observes
emociones negativas en un alumno, acércate y platica sobre la emoción que puso y busquen juntos
la estrategia para regular esa emoción. Al final del día haz un recuento de las emociones y así sabrás cómo es el clima emocional
grupal.